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Enclavada esta villa dentro del territorio de la Comunidad de Daroca, no estuvo, sin embargo, sometida a su jurisdicción, ya que ésta fue ejercida en Aguarón desde el siglo XII hasta principios del siglo XIX por la Abadesa del Monasterio de Trasobares. Las monjas bernardas ostentaron la plena soberanía sobre la localidad desde los tiempos muy próximos a su reconquista hasta la supresión de los señoríos, que tuvo lugar en virtud de la ley votada por las Cortes de Cádiz en 1811. Mas el cese total de sus relaciones con Aguarón no llegaría hasta el año 1835, en que decretada la supresión de las Órdenes religiosas en todo el país, los bienes que éstas poseían fueron incautados por el Estado.

Hay quien pretende que Aguarón fue en sus orígenes, una simple finca del Monasterio, que fue poblándose poco a poco. Otros, en cambio, la diputan como la “Acuari” de origen romano, llamada así por el oro que arrastraban las aguas que fertilizan su término. No falta tampoco quien supone que su nombre actual proviene del de “Aucarón”, cuya denominación responde a las muchas ocas o “aucas” que se criaban en sus inmediaciones. De un modo otro, lo que resulta efectivo es que el monte llamado Peñatajada se distinguen aún, en simas muy profundas, indicios o restos de galerías subterráneas de antigüedad más que remota, en las cuales se beneficiaba el mineral argentífero.

Dada la estrecha vinculación que Aguarón presenta durante todo su pasado con el Monasterio de Trasobares, nos parece adecuado tratar previamente del inicio histórico de éste.

Tenemos noticia exacta de la donación del pueblo de Trasobares a las religiosas bernardas – privilegio de Alfonso II de Aragón y de su esposa Doña Sancha, datado en el año 1188 – pero la fundación del Monasterio parece remontarse a una época bastante anterior. Las hijas de las primeras y más poderosas familias del Reino ingresan como novicias, y muy pronto el convento cisterciense se convierte en una próspera fundación predilecta de los Reyes, quienes la dotan con rentas muy pingües, entre las cuales se cuentan los términos y lugares de Aguarón, Trasobares y Tabuenca, cuyos vecinos viven desde finales del siglo XII sujetos, como vasallos del Monasterio, al yugo benévolo de su Abadesa.

En 1357, durante la llamada Guerra de los Pedros, las monjas se trasladaron al castillo de Aguarón al haber sido destruido Trasobares. En 1398 el rey Martín I concedió la jurisdicción y otros derechos sobre Aguarón a la abadesa.

A principios del siglo XV tanto Aguarón como Trasobares y Tabuenca se vieron afectados notablemente con ocasión de los disturbios acaecidos en Aragón con motivo de la sucesión de Martín el Humano. Las salpicaduras de aquella turbulenta época llegaron al Monasterio y las monjas volvieron a residir en el castillo de Aguarón, al ser expulsadas por el Papa Benedicto XIII de su convento. Éstas vieron en la coronación de Martín V la salvación del severo castigo impuesto por el pontífice y Roma les concedió su perdón y la facultad de volver a residir en Trasobares, dejando su provisional asilo de Aguarón en 1419.

Hasta el siglo XVIII fue la villa de Aguarón un pueblo relativamente insignificante, pero a partir de entonces empezó la curva de su prosperidad. Ganó tanto en población como en riqueza, cuya fuente principal está constituida por la explotación de sus ricos viñedos, que desde hace siglos cultivan sus vecinos con tal cuidado y esmero que son reputados como de los mejores del Campo de Cariñena.

Naturalmente, con el paulatino engrandecimiento de Aguarón se hizo más evidente lo mezquino y estrecho del templo parroquial, que primeramente se pensó en engrandecerlo con una nave. Mas un ilustre hijo de Aguarón, el prior Monterde, del sepulcro de Calatayud, hombre de grandes influencias, arbitró recursos para construir de una nueva planta el espacioso templo que hoy existe, y que pudo inaugurarse en el año 1770. Su interior es bien proporcionado y la fachada suntuosa, capaz para las necesidades de la villa, en cuyo término se alzan, además, dos ermitas: la de San Gregorio Ostiense y la de San Cristóbal. Situada esta última casi a la entrada del puerto de Codos, en plena Sierra de Algairén, en ella se venera con fervoroso culto, una imagen del Nazareno, y hasta la pasada guerra se podían admirar en sus capillas unos cuadros flamencos muy antiguos y originales.

A partir de 1835 la villa dejó de pagar las décimas y demás derechos señoriales a las religiosas de Monasterio de Trasobares, las cuales poseían hasta aquella época las mejores bodegas de la localidad.

La utilidad del Castillo de Aguarón resultó discutible al cesar las contiendas medievales y en los siglos posteriores se aceleró su ruina. Desaparecido en la actualidad, sólo queda evocado su recuerdo en los blasones del Escudo local.